sábado, 22 de diciembre de 2012

I Geocaching en Rivas-Vaciamadrid. Cortados, laguna del Campillo y río Jarama.


Hoy vamos a intentar hacer una ruta larga en kilómetros, complicada en algunos pasos y al mismo tiempo entretenida por la gran cantidad de tesoros que vamos a buscar.

La ruta tenía tantas cosas que hacer que ya iba con la idea de empezar pronto, terminar tarde, entretenernos poco y aun eso no terminar toda la ruta y tener que cortar de alguna forma en algún sitio para volver al coche.

Volvimos a superar nuestro record en distancia andando, bajé una ruta de 18 kilómetros y después de recortar uno o dos al final anduve con el gps en la mano casi 23 kilómetros.

Al estar en Madrid quería hacer dos rutas, una grande que sería esta para el sábado y otra más corta el domingo para la vuelta.

Esta ruta incluía en el mapa buscar unos 25 tesoros aunque no tenía intención, ni posibilidades, de pasar por más de 15. Aunque contando con que hasta ahora llevábamos 19 en dos años y alguno repetido íbamos a superar con creces nuestra aventura.

Llegamos a Rivas-Vaciamadrid por la carretera de Valencia y dejamos en coche en los aparcamientos del polideportivo, en la siguiente salida a los centros comerciales, Decathlon, H2O, Leroy Merlin, Media Markt, etc... de la zona.

Nos preparamos y comenzamos a andar para arriba siguiendo un camino que va bordeando los cortados que hacen las montañas con el río Jarama antes de que se le una el Manzanares un poco más adelante.

Paula estrenaba una mochila nueva que se quiso comprar de paseo para que la sirviera para el cole y para más cosas, y Marcos estrenaba un mochilón parecido al mío, solo que un poco más pequeño, e iba emocionado en la aventura de llevar él encima su propia agua, comida, y juguetes para intercambiar en los tesoros que encontráramos.

Nunca habíamos hecho una ruta de estas característica respecto a lo entretenidas por el tiempo que se pierde y empezábamos muy contentos, cada pocos metros, nunca más de un kilómetro teníamos que parar a buscar geocaching, podíamos descansar, cambiar las coordenadas para ir al siguiente y ver por donde íbamos.

El paisaje a mi me recordaba a mis juegos de pequeño por la zona de Titulcia, Chinchón, San Martín de la Vega en donde jugaba al escondite con mis primas pero en donde el escenario para esconderse era todo el monte, en muchas ocasiones el juego terminaba cuando ya muy de noche escuchabas gritos de tus padres diciendo que tenías que salir del escondite por irnos a casa, entonces habías ganado el juego aunque estuvieras escondido a dos kilómetros de la casa dentro de una cueva o trinchera de la Guerra Civil.

A los demás miembros del "Equipo Más de 8 paseos" el paisaje no les gustaba tanto, es más árido, con poca vegetación, sin árboles, sin sombras, en verano esta ruta debe ser un horror. Aun eso las vistas desde lo alto de los acantilados eran bonitos con el río de fondo y al principio la laguna del Campillo.

Son montañas de "arena" piedra caliza muy blanda, que en muchas ocasiones al ir a retirar una piedra se rompía y deshacía en las manos. También les conté a los niños que yo de pequeño jugaba a que estas piedras calizas y brillantes eran diamantes y un amigo y yo teníamos una mina de diamantes cada uno donde la explotábamos y teníamos nuestro carnet de mineros.

Nos encontramos en un cache a un matrimonio buscando el mismo tesoro y compartimos el recorrido, por el número de encontrados y en media Europa y EEUU son profesionales comparados con nosotros.

A Belén le empezó a doler un pie, Paula llevaba un rato quejándose por pensar en el camino de vuelta y Marcos que es el más fuerte estaba notando el cansancio debido al peso de la mochila en la que llevaba un montón de cosas así que decidimos danos la vuelta cortando el recorrido en unos 10 kilómetros y 15 tesoros, nos quedaba todo el regreso.

Antes de volver Paula y Belén bajaron por un sendero muy chulo hasta el río Jarama para volver al coche paralelos al río, por abajo. Y Marcos y yo nos teníamos que desviar unos 500 metros para llegar al último tesoro.

El problema es que estábamos abajo, en un valle, y teníamos que subir a lo alto de una montaña. Fue la parte más divertida para nosotros dos ya que tuvimos que escalar una montaña, quizá algo peligroso porqué para algunos pasos se tenía que subir por encima mía y ponerse de pié encima de mis hombros para luego estirarse hasta la siguiente piedra él solo.

Luego la bajada era exactamente igual, teníamos que bajar agachados, de espaldas para no caernos, como si bajáramos por una escalera pero de arena y teniendo que bajar escalones de por lo menos un metro.

Al llegar al río nos estaban esperando Paula y Belén que llevaban un rato llamándonos por los walki talkies pero sin preparar os bocadillos pues la comida la llevaba yo en la espalda.

Aquí nos encontramos con el primero de todos los problemas que nos empezaron a surgir a partir de ahora y que convirtieron esta sencilla ruta en la más dura hasta ahora.

Primero el paso estaba cortado, teníamos o que retroceder todo lo andado o empezar a escalar y andar por pasos estrechos entre la pared con caída al río por barrancos. Se nos estaba haciendo tarde. Paula estaba hasta las narices y Belén con un dolor de pie importante y Marcos aguantando el peso de su mochila.

Por un par de sitios el sendero desapareció durante unos metros, había que saltar casi por el vacío para continuar el recorrido, Belén se empezaba a bloquear y encima se nos hacía muy tarde.

Después de un kilómetro realmente peligroso salimos por fin a un camino recto, llano y cómodo dirección al coche pero estábamos a más de 10 kilómetros y no tardaría en anochecer, Belén cojeando y los niños quejándose.

Paula renegó del todo y para siempre del senderismo y prometió que no volvería a salir con nosotros, dijo que ya no era del equipo de "Más de 8 paseos" y que cada vez que saliéramos se quedaría con los abuelos y sola pero no volvería a andar.

Así hasta que llegamos a una puerta en mitad del camino. Habíamos empezado a ascender un poco y a media altura había una puerta corredera alta y con apertura electrónica y nos obligaba a retroceder un kilómetro sobre nuestros pasos para luego dar un largo rodeo y ya estaba ocultándose el Sol.

A la derecha de la puerta había una montaña que no podíamos escalar ninguno de los tres, a la izquierda un precipicio con caída de unos 15 metros al río y copas de los árboles y por el centro saltar una puerta de unos dos metros.

Yo me salté primero la puerta para pasar las mochilas y palos y luego ayudarles a ellos a saltar pero iba a ser imposible así que nos tocó llamar a un telefonillo, conectado a un teléfono móvil para contactar con el dueño de la finca.

Les dijimos que tenían que abrirnos para llegar al coche y nos preguntamos que por donde habíamos pasado, pero realmente no habíamos pasado por ningún sitio, estábamos en mitad del campo y la puerta estaba en mitad de un camino público. Si al menos estuviera al principio de un cruce podríamos retroceder pero en donde estaba la puerta no había ninguna solución.

Le dije que nos tenía que abrir para llegar al pueblo y que íbamos con niños y no podíamos hacer otra cosa, y nos abrieron a distancia la puerta. Le dejé hablando y diciendo algo y nos fuimos dirección al puente de hierro que cruza la antigua vía del tren de Arganda, el famoso tren que se dice "...que pita más que anda."

Actualmente es una vía muerta que por la mañana desde arriba de los acantilados vimos cruzar a muchos ciclistas y senderistas de rutas cortas desde Rivas.

Pensábamos que ya estábamos casi en el coche cuando se nos hizo de noche del todo. Ya a oscuras llegamos a la laguna del Campillo. Todavía nos faltaban otros 3 kilómetros para llegar al coche.


Lo único bueno es que aunque era de noche había más gente, ya grupo de mujeres, o matrimonios, dándose un corto paseo antes de cenar, y aunque cansados habíamos pasado y superado todas las dificultades.

Llegamos al coche con 23 kilómetros, 15 tesoros, fantásticos regalos, pero con una retirada definitiva para próximos paseos, habiendo escalado, conocido a gente nueva y conocido el Jarama y Rivas desde otra perspectiva.

Nos quedaba la corta ruta del día siguiente, el domingo, la que decía Paula que sería la última de ella con nosotros.

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