sábado, 26 de enero de 2013

Ruta y geocaching en Sierra Luenga 1.


Hoy hicimos otra jornada de senderismo con geocaching incluido y es que mezclar las dos cosas ya se ha convertido en algo necesario para ir más entretenidos.

Además hemos cambiado el día, en vez de salir el domingo como normalmente hacemos tuvimos que salir el sábado porque el domingo los niños tenían una competición de natación y por ahora pudiendo hacer las dos cosas cambiando el día pudimos complacernos todos.

Si pudiéramos cambiar siempre la salida a los sábados vendría mucho mejor pero el trabajo manda y la mayoría seguirán siendo los domingos.

La ruta era por Sierra Luenga, conocida también por la Sierra de Madridejos, Sierra del Reventón o en mi caso llamada Sierra de Puerto Lápice. Empezamos en la ermita de Valdehierro que está al pié del Mingoliva y llevábamos papel con 9 geocaching para ver cuantos nos daba tiempo a completar.

Como hoy no teníamos ninguna prisa la idea era empezar por los caches más complicados y dejar los más sencillos y cercanos para otro día con menos tiempo.

Primero subimos a un cerro llamado Cerro del Curilla y la subida aunque no fue lo peor del día ya empezamos subiendo por maleza de monte bajo, si toda la ruta iba a ser así íbamos a terminar hasta las narices del recorrido.

Encontramos pronto el tesoro y con premio grande y doble. Dos monedas pathtags de las que ahora coleccionamos e intercambiamos, así que nos tocaba dejar por lo menos dos de las nuestras. Le pedí a Marcos que las sacara de la mochila como le había dicho en casa que las guardara y me dice que él no las había cogido.

Que desilusión, después del dilema de no coger las encontradas por no dejar las nuestras o cogerlas y aumentar la colección nos las llevamos a casa pensando que en Puerto Lápice quedarían otros 6 o 8 caches sin encontrar y que ya tendríamos oportunidad de dejar monedas en otros en los que nosotros no encontráramos.

La bajada la quisimos hacer por algún sitio más sencillo y yendo por las piedras en lo alto del cerro podríamos llegar hasta un cortafuegos y bajar al camino por allí, pero antes de llegar vimos un pequeño sendero que al final se convirtió en casi camino y bajamos mucho más cómodos que la subida.

El segundo cache estaba justo debajo de donde estaban sentados unos chicos con bicicletas y no tenían pinta de que se fueran a ir de allí, así que saludamos y nos fuimos saltándonos este sitio. Luego resulta que no los conocí pero ellos a nosotros si, y eran de Alcázar y estaban haciendo descensos y saltos en una pista impresionante y muy bien preparada que había allí.

A mitad de nuestra subida otro ciclista iba a bajar descendiendo a toda velocidad, derrapando en las curvas y saltando las rampas pero me llamaron por teléfono en ese momento para una consulta de un geocaching en Ruidera y me perdí la oportunidad de grabar con la Gopro el descenso del chaval.

Después de la pista y hasta el segundo cache que estaba en otro cerro llamado El Almendrillo, hicimos unos pocos cientos de metros de matorrales de más de metro y medio, de esos que nos quedamos encerrados entre la maleza y terminamos rectando, empujando ramas, torciendo unas y pisando otras. En las próximas salidas esto lo voy a intentar limitar al mínimo para no perder tiempo abriendo nuevas vías que para eso ya están los forestales.

Tuvimos que escalar un poco entre piedras para llegar a lo más alto y allí llegamos hasta el cuarto tesoro, tercero en nuestra cuenta, en un sitio que estaba por encima de la Cueva Castrola. La Cueva Castrola fue el refugio de un bandolero Isidoro Juarez Navarro (1851-1881) que cuenta la historia nació en Villarrubia de los Ojos y murió en Urda, dos localidades que están al Sur y Norte respectivamente de esta sierra que nosotros recorríamos hoy. Y nada que ver con la historia del Tío Camuñas mucho más loable.

El sitio era genial con unas vistas del valle espectaculares pero yo quería conocer la cueva del bandolero y nos pusimos a buscarla siguiendo y dando vueltas en varias direcciones por un sendero que apareció. Marcos cuando se enteró que era la cueva de un bandolero dijo que quería sacar su tirachinas y ya fue todo el rato andando armado por si la cueva estaba ocupada por el bandolero o por algún jabalí. Entre el látigo que llevaba en la mochila y el tirachinas de la mano decía que ya no le daba miedo encontrarse con nada.

Después de unas vueltas para arriba, para abajo y para todos los lados dimos con la cueva y después de explorarla paramos allí mismo para comer.

Paula decía que ya teníamos que volver al coche y yo decía que teníamos que subir al Vasto, otra montaña cercana y más alta aún que no había llegado a subir nunca en bicicleta y que quería conocer, además en su vértice había otro tesoro que quería encontrar.

Al no salirse Paula con la suya se tiró la siguiente hora renegando volviendo a decir que era su última salida, al final llorando y negándose a andar, hasta que cuando vio que no surtía ningún efecto los lamentos empezó otra vez a andar. Fue justo después de subir por un cortafuegos y llegar a una zona de piedras en las que tuvimos que hasta dejar los palos para escalar por las piedras agarrados con las dos manos.

Esto ya es más divertido, no es solo andar, había que estar concentrados y hacer cosas y ya no importa que la ruta sea más dura, más larga o más lo que sea, si es divertida es suficiente.

Desde aquí arriba se distinguían un montón de pueblos de la zona, Madridejos, Consuegra, Camuñas, Herencia, Alcázar, Quero, Criptana,... y otros más cercanos no se veían por estar detrás de las montañas. Estábamos a unos 45 kilómetros en línea recta hasta Criptana y se diferenciaban sus molinos en el horizonte.

Por fin habíamos superado la crisis deportiva de Paula, habíamos cumplido con los principales objetivos de la jornada y nos quedaba volver al coche.

La vuelta al coche era complicada, por el lado más recto, el Este de la sierra dirección la Ermita, había que bajar lo que habíamos escalado, por el lado Sur parecía que la bajada ere un poco más suave y el descenso más asequible pero al final había una zona de matorrales y dirección Oeste nos alejábamos del coche pero se veía al final un cortafuegos que nos iba a ayudar a bajar más cómodos.

Optamos por la solución Sur, la intermedia. Y después de intentar consensuar la bajada con los niños se tuvo que imponer otra vez la dictadura. Marcos siempre quiere ir el primero o el segundo detrás mía en las rutas por si aparece un jabalí poder cazarlo. Paula si se queda la última se empieza a distanciar, pero si va de mi mano la segunda sigue el ritmo de todos sin problemas pero Marcos se enfada. Me tenía que ir turnando para ir llevando un rato a cada uno dando prioridad a Paula.

Cuando llegamos a la zona de los matorrales, antes de salir al camino final que nos llevaba al coche aparcado en la ermita, pasamos por zonas complicadas con muchos charcos y en todos los charcos grandes había huellas de animal.

He mirado en internet y las huellas sobre las que yo dudaba si eran de jabalí o de ciervo y sigo dudando, son parecidas, una pezuña con dos hundimientos en forma de lanza con un pico en la punta indicando la dirección del animal. Mirando más creo que eran de ciervo pues el jabalí puede dejar marcadas dos pequeñas zonas atrás y no las recuerdo, y también por las cacas que se estas si que se ve claramente que no son de jabalí y si pueden ser de ciervo como ya hemos visto en otros sitios como Cabañeros y Aldeaquemada.

Marcos estaba pletórico con su tirachinas deseando ver un jabalí, cazarlo y llevarlo para comer carne de jabalí. Por suerte no vimos ninguno ni de cerca ni de lejos, pero las huellas ya eran motivo de entretenimiento. Marcos está deseando volver para poder cazar el jabalí incluso con el látigo y un poco enfadado de ir tanto al campo y no cazar todavía ninguno.

La semana que viene creo que volveremos al mismo sitio para hacer una ruta más larga, menos salvaje y más caminos, más desnivel, pero más sencilla en cuanto a escalada y matorrales, buscar el resto de tesoros que nos han faltado y además puede que acompañados.

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